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Economía con Máximo Kinast

¿Un premio Nobel de economía es soluble en ácido sulfúrico?


¿O al menos en agua bendita?

 

Escribe Luis Casado – 29/10/2011

 

Un buen amigo, aún mejor periodista y escritor, me señaló hace unos días lo que considera un error de mi parte: una cierta facilidad para meterme al bolsillo a los premios Nobel de economía. Ello genera, me dijo, una indefinible molestia en el lector que puede muy bien apartarlo del propósito que persigues: una muy saludable crítica de los economistas y los dogmas que venden como artículos de fe o reliquias  traídas de la Tierra Santa. Puede ser. No me atreví a recordarle que el premio Nobel de economía no existe, ni a decirle que para sorpresa mía los estudiantes de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile lo ignoran. No hubiese hecho sino reforzar la percepción de mi amigo, y tal vez aumentar su confusión. Como quiera que sea releí la nota titulada “Cinco Nobel de economía” (27/07/2008) que provocó la desazón de este lector que aprecio. Nada que quitarle ni ponerle: los cinco eminentes economistas convocados por El Mercurio siguen estando a la altura del unto, aún cuando yo mismo no sepa dónde se sitúa.

 

Lo simpático es que Christopher Pissarides, pseudo premio Nobel de economía 2010, demuestra una vez más que el Sveriges Riksbank Prize sigue siéndole atribuido a los boludos. Me explico. Entrevistado por el diario madrileño ‘El País’, Pissarides, un “especialista en mercado laboral”, explica las razones que llevaron a la catástrofe actual que, con más de cinco millones de parados, ve empinarse la tasa de cesantía española por encima del 21%:

 

Para entender lo que ha ido mal en este país hay que remontarse a finales de los años setenta y a los años ochenta, cuando se dio a los trabajadores unos poderes y privilegios que la economía no podía permitirse. Estoy a favor de apoyar a los trabajadores, de aumentar las rentas y de adoptar medidas para reducir la pobreza, pero solo si la economía se lo puede permitir.”

 

Para Pissarides los culpables de sus desdichas son los propios trabajadores, algo que no es novedad en los economistas neoliberales como lo puse en evidencia en mi libro “No hay vacantes” (Ed. El Periodista - Santiago 2004) en el que analicé detenidamente las descabelladas teorías elucubradas para explicar la cuestión del desempleo.

 

Nótese que a los trabajadores españoles se les concedieron “poderes y privilegios”. Son pues, en la opinión de Pissarides, lo que conviene llamar unos ‘potentados privilegiados’. Que no se crea que a este eminente economista le falte corazón. No. Por el contrario. Pissarides está “a favor de apoyar a los trabajadores, de aumentar las rentas y de adoptar medidas para reducir la pobreza, pero solo si la economía se lo puede permitir.”

 

Desde luego, la economía española, que desde los años 70 ha visto crecer los beneficios de la banca y de las grandes empresas en modo exponencial, no puede permitírselo. Hay en las palabras de Pissarides un detalle cronológico que tiene una cierta importancia: a los trabajadores españoles se les dio “poderes y privilegios” a la muerte de Franco y el fin de la dictadura. El modelo chileno aún no había logrado la celebridad de la que hoy disfruta gracias a su éxito más apreciado: la consolidación de un modelo, impuesto en dictadura, que despoja a los trabajadores de sus derechos más elementales. Y cuyo corolario, para decirlo en las palabras de Roberto Fantuzzi, es que Chile es “considerado uno de los países más seguros de América Latina, para realizar negocios.” E incluso negociados.

 

Pissarides nos recuerda las palabras del magistrado José Gregorio Hernández relativas a la muerte programada de los derechos cívicos en Colombia (Politika - Año II - Edición Digital Nº 12 (01.10.2011). Las modificaciones que el gobierno de Juan Manuel Santos le introdujo a la Constitución de 1991 supeditan el ejercicio de tales derechos a su “sostenibilidad fiscal”. El magistrado Hernández dice, con razón, que “el Estado Social de Dere­cho es, de ahora en adelante, apenas un adorno lingüístico dentro de un conjunto de nor­mas que hace prevalecer el factor económico cuyo con­tenido será definido en cada caso por los burócratas de turno…” O por un premio Nobel amaestrado, domesticado y estipendiado para clamar que la democracia y el Estado de Derecho son posibles solo “si la economía se lo puede permitir”.

 

Con relación a la precarización de los asalariados españoles Pissarides estima que “La creación de los contratos temporales en la España de los años ochenta fue una buena decisión, porque la economía crecía y era más fácil crear empleo. Pero la medida tuvo el efecto contrario cuando la economía comenzó a contraerse…”

 

Uno sabe que eso es una mentira, que tal vez quiso decir lo contrario, que los empleos a tiempo parcial suelen justificarse cuando la economía se contrae y no al revés. Si se intenta reparar el daño causado, no es posible. ¿Por culpa de quién? Pissarides nos lo aclara: “Reformar los dos tipos de contrato es, desde luego, un movimiento en la buena dirección, pero no ha ido lo suficientemente lejos por la resistencia de los sindicatos.”

 

Si la culpa de todo la tienen los trabajadores, es justo que paguen los trabajadores. Ese es el dogma de Pissarides. Al rechazar la dualidad de contratos (fijo y precario), este premio Nobel se descubre y queda desnudo:

Antes que nada, creo que los contratos deberían dejarse en manos del sector privado. El Gobierno no debería interferir. Lo que sí es asunto del sector público es la prestación por desempleo, que debería aplicarse a todo tipo de trabajadores y que debería ser gradual: nada al principio, un poco después de seis meses de trabajo, por ejemplo, y subir gradualmente la cantidad sin llegar demasiado lejos, hasta un máximo de 10 años.”

 

En pleno siglo XXI Pissarides nos recuerda las tesis elaboradas por Joseph Towsend, en su “Dissertation on the Poor Laws” del año 1786, con relación a los estímulos que mueven a los miserables a la hora de buscar trabajo:

“… el hambre no es solo un medio de presión pacífico, silencioso y constante, sino que como es el móvil más natural para la laboriosidad y el trabajo suscita el esfuerzo más potente.”

 

Los seguros de desempleo, bajo diferentes formas, no son “asunto del sector público” como pretende Pissarides, sino una forma de combatir la miseria creada por los propios trabajadores organizados allá por el siglo XVII. Las Corporaciones de la Edad Media ya habían creado una suerte de fondo común para eso.

 

La “generosidad” de Pissarides lo obliga a precisar que las prestaciones deben ser moduladas, muy moduladas: “…nada al principio, un poco después de seis meses de trabajo, por ejemplo, y subir gradualmente la cantidad sin llegar demasiado lejos…” Cuestión de evitar que el cesante prefiera vivir de la “prestación por desempleo” en vez de buscar trabajo. Triste Pissarides: la ministro del Trabajo Claudia Serrano, -sin ser premio Nobel de economía-, había comprendido que lo que aumenta las estadísticas de desempleo son precisamente los currantes que buscan laburo. ¡Por eso les rogó que no saliesen a buscarlo!

 

Tal vez el periodista del diario ‘El País’ buscaba una primicia cuando le preguntó a Pissarides: ¿Cuándo podrá España crear empleo?” Uno imagina a cinco millones de parados ansiosos por leer la respuesta, para no hablar de un Zapatero que quisiera salvar un mínimo de reputación antes de regresar al anonimato del que nunca debió haber salido.

 

La respuesta de Pissarides bien vale el pseudo premio Nobel que le dieron:

Los puestos de trabajo los crean los empresarios privados, y llegarán cuando se recupere la confianza en la economía.”

¿Plop? ¿Exigimos una explicación? Esa indigente respuesta podría darla cualquier estudiante de economía de primer año, e incluso algún senador chileno.

 

Sin embargo, ‘pauta’ obliga, el periodista vuelve a la carga y pregunta: “¿No cree que poner en marcha nuevos estímulos a la economía ayudaría a reducir el paro?” Recordemos aquí que los “Cinco Nobel de economía” que critiqué en su día se referían precisamente a este tema. Imbuido de la doxofilia que caracteriza a los talibanes del libre mercado Pissarides enciende las luces rojas:

Sería peligroso volver a los estímulos, a menos que haya confianza plena en los nuevos acuerdos de disciplina fiscal.”

 

Que las medidas de austeridad hayan profundizado y acelerado la contracción de las economías europeas es un hecho que no parece tocarle ni con el pétalo de una rosa. Que Obama lance un programa de cientos de miles de millones de dólares para crear empleo no le inmuta. Pissarides dispone de un catecismo propio. Lo que le inquieta es la deuda soberana, pero no dice ni una palabra a propósito de la especulación financiera que está en el origen de la deuda soberana española y europea. El rescate con dinero público de un sistema financiero quebrado porque rufián e irresponsable no le provoca el más mínimo comentario. ¿La especulación inmobiliaria en España? Pissarides nunca oyó hablar.

 

Habida cuenta que Pissarides posa de “especialista del mercado laboral” el periodista termina con una pregunta relativa al papel que debiesen jugar los sindicatos en una sociedad como la española. La respuesta vale el viaje e incluso una estadía prolongada:

Lo más importante no es cuánta fuerza o cuánto poder tienen los sindicatos, sino cómo lo utilizan. La ley otorga todavía más poder a los sindicatos en Escandinavia, pero lo utilizan de forma cooperativa. Se preocupan más por la economía en general que por sus militantes. Parece que a los sindicatos españoles les preocupan más sus militantes con trabajo que los jóvenes con contratos temporales o las mujeres que quieren entrar en el mercado laboral. Abusan de su poder al negociar solo en beneficio de sus miembros. Los sindicatos británicos estuvieron en esa situación hasta los años ochenta, cuando el Gobierno les recortó buena parte de su poder. A pesar de tener el apoyo de los sindicatos, el Gobierno laborista siguió la misma línea porque llegó a la conclusión que era lo mejor para el país y para la economía en general.”

 

Vamos por partes. Hay sindicatos buenos y sindicatos malos. Los buenos sindicatos son los de Escandinavia que utilizan su fuerza, o “su poder”, de “forma cooperativa”. Por “cooperativa” Pissarides entiende que los sindicatos escandinavos ‘cooperan’ con las empresas y los gobiernos, sin enfrentarse en conflictos que pudiesen ser calificados de lucha de clases. Porque “Se preocupan más por la economía en general que por sus militantes”.

 

Pissarides inventa las organizaciones que no deben ocuparse de los intereses de sus afiliados, sino de generalidades. Ejemplo: la asociación patronal de la industria textil no debe ocuparse de lo que aflige a los empresarios textiles sino de la industria textil “en general”. Para un premio Nobel de economía… ¿Qué es “la economía en general”? ¿Bill Gates no se inquieta de los resultados de Microsoft sino de la informática en general?

 

Para condenar a los sindicatos españoles Pissarides no teme contradecirse:

Parece que a los sindicatos españoles les preocupan más sus militantes con trabajo que los jóvenes con contratos temporales o las mujeres que quieren entrar en el mercado laboral.”

Un minuto antes había declarado, perentorio:

Los puestos de trabajo los crean los empresarios privados, y llegarán cuando se recupere la confianza en la economía.”

Según Pissarides, los sindicatos no tienen nada que ver en la creación de empleo. ¿Por qué razón debiesen preocuparse por los desempleados? Después de todo, los empleos “llegarán cuando se recupere la confianza en la economía”. ¿Quién destruyó la confianza en la economía Sr. Pissarides? ¿Los sindicatos?

 

Pissarides no le teme al ridículo cuando plantea que los sindicatos “Abusan de su poder al negociar solo en beneficio de sus miembros”. ¿En beneficio de quién deben negociar los sindicatos? Puede que Pissarides, el “especialista en mercado laboral” no haya leído “Las uvas de la ira” de Steinbeck… Tom Joad, Tom Joad y Preacher Casy, triste Pissarides, si no lees a Steinbeck por lo menos vete a ver el film de John Ford.

 

Por si quedasen algunas dudas acerca de su filiación fanática y dogmática, Pissarides exulta: “Los sindicatos británicos estuvieron en esa situación hasta los años ochenta, cuando el Gobierno les recortó buena parte de su poder.”

 

Pissarides se refiere, con fervor, a la obra de la inolvidable Margaret Thatcher, la ‘dama de hierro’, aquella que en el culto del individualismo fue hasta negar la existencia de nada parecido a una “sociedad”.

 

La celebración de Pissarides va hasta a reconocer que la socialdemocracia perseveró en las políticas ultra-liberales de Thatcher:

A pesar de tener el apoyo de los sindicatos, el Gobierno laborista siguió la misma línea porque llegó a la conclusión que era lo mejor para el país y para la economía en general.”

 

Fantástico, triste Pissarides. Ahora explícanos por qué razones el sistema financiero británico está quebrado, por qué los servicios públicos están transformados en una miseria, por qué la economía del Reino Unido está en franca recesión o a punto de estarlo, por qué razones el PIB de su economía desindustrializada juega al yo-yo, por qué los gobiernos laboristas, y ahora conservadores, se empeñan en rescatar la banca privada con dinero público, por qué la tasa de desempleo alcanza niveles inaceptables, por qué razones los ingratos británicos están tan Indignados y salen a la calle a mostrar su indignación.

 

Después de madura reflexión, y aún cuando aprecio en lo que vale el consejo de mi amigo, ese gran profesional de las letras, seguiré denunciando a los economistas, y en particular a los pseudo premios Nobel de economía,  como lo que son: indigentes intelectuales remunerados como mercenarios al servicio de la propaganda y la justificación de un orden injusto.

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