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Economía con Máximo Kinast

La curva de Kuznets, San Mateo y la parte del león

“…nadie que quiera ser o parecer docto hablará con claridad acerca de asuntos que puedan ser constatables.”

 

Albero Vélez – en “Breve e inocua presentación de Pentimento”.  

 

Tengo por cierto que la pretendida “ciencia económica” inventa leyes y teoremas, calcula índices y construye modelos, no para comprender la realidad como es sino para justificar la puesta en obra de políticas que privilegian a los privilegiados. No para ofrecer un análisis positivo (descripción de lo que es), sino elucubraciones normativas (la economía como desean que funcione) con netas ambiciones de un resultado performativo (la economía funcionando como les place).

 

De vez en cuando tienen que explicar resultados muy contrarios a los que anuncian: de ahí que a las leyes, teoremas, índices y modelos agreguen una que otra paradoja. Para protegerse hablan y escriben en difícil, lo que explica la frase que me sirve de epígrafe: “…nadie que quiera ser o parecer docto hablará con claridad acerca de asuntos que puedan ser constatables.”

 

Un asunto bastante sencillo, como el que unos pocos se enriquezcan más allá de toda decencia mientras millones viven de sobras, ha dado pie a complejas explicaciones que cubren la ignominia con una cortina de humo y la presentan como algo natural y deseable para el futuro de la Humanidad.

 

Algún economista pretendió que es bueno que pocos concentren la torta porque eso les permite emprender y ofrecerle trabajo a los miserables. Desde este punto de vista los atorrantes debiesen no sólo contentarse de su suerte -si puedo llamarla así- sino que debiesen hacerle claque a la acumulación de la riqueza en manos de un puñadito de potentados.

 

El economista yanqui de origen ruso Simon Kuznets, pseudo premio Nobel 1971, inventor del conocido índice PIB, pretendió que la concentración de la riqueza es una fase necesaria en el desarrollo de las sociedades. Que alcanzado un cierto  nivel de riqueza ésta comienza a distribuirse solita para felicidad del personal y gloria de los economistas. Como la especialidad de Kuznets era la disimulación, perdón, la estadística, ni corto ni perezoso construyó la curva que lleva su nombre, que tiene la forma de una U invertida. Su hipótesis pretende que la desigualdad económica aumenta durante el tiempo que un país se desarrolla, para disminuir luego, cuando el país en cuestión se acerca a la OCDE.

 

De esa ramita podrida se agarró Ricardo Lagos cuando afirmó -sin sonrojarse- que si los chilenos protestan es porque su nivel de vida ha progresado mucho. Según Lagos, el personal reclama de puro lleno, tal vez para que se cumpla la curva de Kuznets.

 

Thomas Piketty, profesor de la Escuela de Economía de París y especialista de las desigualdades económicas, sostiene en su obra “Les hauts revenus en France au XXème siècle” que la hipótesis de Kuznets no sólo no se ha verificado, sino que la concentración de la riqueza aumenta y las desigualdades se agudizan. En los EEUU estas últimas alcanzan hoy el nivel que tenían en 1930. La curva de Kuznets simplemente no existe, pero se verifica el sabio adagio popular: “La plata llama a la plata”.

 

En la inopia argumental tan propia de los economistas hubo quién, para justificar los millones de unos y la miseria de otros, inventó el “efecto San Mateo”. De ese modo la injusticia recibe un respaldo bíblico, el sello purificador de los Evangelios. La concentración de la riqueza no es mala visto que en San Mateo 24:29 podemos leer: “Porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene”. Para no dejar la impresión que lo invento, basta con mencionar que Robert C. Merton, pseudo premio Nobel de economía 1997, utilizó en una nota publicada en 1968 las “propiedades incitativas del efecto San Mateo para explicar el conjunto de  ventajas cumulativas que afectan la competición académica”. Con relación a otras muy conocidas estafas de Merton y su compadre Myron Scholes no vale la pena abundar. Regresemos a las Escrituras.

 

Basta leer con un poco de atención para constatar que la Biblia dice todo y su contrario, muy en la onda de la línea argumental de los economistas. Y si se empuja el vicio hasta leer otros Evangelios, se puede eximir a San Mateo de la exclusividad de esta curiosa defensa del riquerío. En la misma Biblia encontramos esta flor: “Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene". San Marcos 4:25. Y para no discriminar, esto otro: “Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene”. San Lucas 19:26

 

Cualquiera sea el sustrato del argumento, pseudo científico o derechamente celestial, el objetivo es el mismo: explicarnos que el león se lleva la parte del león porque es el león. Quienes elaboran estas explicaciones son amigos del león. En fin… amigos, lo que se llama amigos tal vez no. Simplemente dóciles sirvientes de los intereses del rey de la jungla. En donde impera, qué duda cabe, la ley de la jungla.

 

Pero ocurre que no somos animales ni vivimos en la jungla. Y pretendemos que en una República democrática no hay privilegiados de nacimiento. Que la única fuente legítima del poder emana de la libre voluntad de los ciudadanos. Que todos tenemos derechos, particularmente económicos. Pero Chile no es una República, ni es un país democrático.

 

Ahora que la idea de la Asamblea Constituyente cobra fuerza y se transforma en la principal reivindicación de la ciudadanía, hay que recordar la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano redactada en 1793 por Robespierre:

 

El derecho de propiedad está limitado, como todos los demás, por la obligación de respetar los derechos del prójimo.

 

La sociedad está obligada a proveer la subsistencia de todos sus miembros, sea procurándoles trabajo, sea asegurándole los medios de existir a aquellos que no están en estado de trabajar.

 

El socorro necesario a la indigencia es una deuda del rico hacia el pobre; la ley debe determinar la forma en que deber ser satisfecha esta deuda.

 

La sociedad debe favorecer con todo su poder los progresos de la razón pública y poner la instrucción al alcance de todos los ciudadanos.

 

Para que nunca más nos cuenten la parábola de San Mateo,

ni el chiste de la curva de Kuznets.

 

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